
En el Norte anochece antes, sobre todo cuando es invierno y las nubes oscurecen el cielo. No eran aún las 7 de esa tarde de Enero, pero fuera parecían pasadas las 12. Llovía, algo también frecuente en el norte, y la gente se refugiaba en casa, al calor de los radiadores y la televisión encendida para amenizar la tarde. Él estaba asomado al balcón del salón, protegido por los cristales de la galería que impedían que la lluvia llegara dentro. De vez en cuando miraba el reloj, a ver si avanzaba el tiempo, la tele la miraba poco, no le interesaba demasiado lo que echaban. Llevaba un rato mirando la calle vacía, distraído viendo resbalar las gotas de la lluvia por el cristal de la galería, cuando pensó que quizá no era mala idea salir a dar una vuelta. ¿Seguro? porqué no, unas buenas botas, un abrigo que no cale, el paraguas y a la calle. Cinco minutos después estaba doblando la esquina de la calle Teatro rumbo a cualquier sitio.
A la misma hora en la que Él cerraba la puerta y ponía un pie en la calle, Ella entraba en casa con las bolsas de la compra en las manos y el abrigo arrastrando por el suelo. A contrarreloj colocó los alimentos fríos repartidos entre nevera y congelador, dejó todo lo demás en el suelo de la cocina (ya encontraría el momento de colocarlo), hizo una visita rápida al cuarto de baño y volvió a salir a la calle, ya con el abrigo bien puesto, el paraguas en una mano porque el cielo barruntaba chaparrón y algo de comer en la otra, porque cualquiera se atreve a ir a recoger a los niños sin algo de merienda, corres el riesgo de ser comido por ellos. Hay pocas cosas que le den tanta rabia a Ella como llegar tarde a los sitios, sin embargo en los últimos años se ha convertido en su tónica habitual, y no será porque no corre… esa tarde de Enero no fue diferente, cuando llegó ya estaban los niños fuera de la clase de teatro esperando su merienda.
En la calle Rúa, justo antes de llegar al cruce con la calle Teatro hay unos andamios que llevan todo el invierno para proteger la fachada de una casa que está a punto de caerse. Él se tuvo que resguardar bajo ellos, porque a pesar de las botas, el abrigo y el paraguas, la fuerza de la lluvia le había empapado la ropa. A pesar de ello no se arrepintió de haber salido a pasear, cuando estás solo, lejos de tu casa, el tiempo pasa más despacio, la cabeza da más vueltas intentando imaginar lo que no estás viendo y sabiendo que tanto lo malo, como lo bueno, te lo estás perdiendo. Tras unos minutos embebido en sus pensamientos salió de su cobijo y en 5 zancadas llegó al portal del piso, subió en silencio, escuchando la lluvia caer sobre el lucernario de la escalera, metió la llave en la cerradura y en su cabeza resonó el barullo de los niños jugando en el salón, aunque sólo en su cabeza, porque dentro del aquel piso el silencio había hecho que el tiempo se volviera a ralentizar.
Pasadas las once de la noche ella se sentó en el sofá del salón, cogió un montón de ropa recién quitada del tendedero y se puso a emparejar calcetines y doblar ropa interior. Había cenado de pie mientras recogía la cocina y se aseguraba con idas y venidas al cuarto de los niños que ya tenían los pijamas puestos, y estaban metidos en la cama. Encendió la televisión para seguir viendo esa serie que le habían recomendado, y que tanto le estaba consiguiendo seguir, a mitad de la temporada y todavía no tenía claro quién era el asesino y quién el asesinado. Total, cuando consigas ver otro capítulo habrá pasado tanto tiempo que se te habrán olvidado los anteriores. Mientras colocaba la ropa por montones, repasaba mentalmente las tareas de los próximos días, el Jueves tenía que conseguir estar en dos sitios distintos a la vez y aún no sabía cómo lo iba a conseguir, pero entonces se acordaba de lo que siempre le decía Él: cuando lleguemos al río, buscaremos el puente, de momento no te agobies. Y eso hizo, total, ya se había acostumbrado a no pensar a largo plazo, su siguiente reto siempre era superar el siguiente día, conseguir la cuadratura del círculo, intentar no llegar tarde, dejar de correr tanto. Centrémonos en mañana, y pasado ya veremos.
Era el típico reportaje de la tele que Él sabía que a Ella le gustaba, de hecho eran los típicos reportajes que solían ver juntos y que siempre terminaban comentando y repasando los siguientes días. Pensó en llamarla para que encendiera la tele y los vieran casi juntos, pero desestimó la idea razonando que Ella estaría cansada después de todo el día en el trabajo, el atasco de la vuelta a casa, las extraescolares de los niños, la compra, las duchas y la cena, y mejor no entretenerla con estas cosas. Por primera vez Él apagó la tele antes de que acabara, mejor irse a la cama, que mañana toca madrugar.
Los últimos 4 años habían seguido el mismo patrón, Él buscando puentes cada día para cruzar el río, y Ella tirando de ese carro en el que se había subido la familia. Fue uno de esos acuerdos a los que se llega cuando no se sabe bien la envergadura de la batalla que se va a librar. Los dos decidieron cruzar el río, llegar al otro lado, cueste lo que cueste, y como no sabían que era imposible, lo hicieron.
Hoy, 1624 días, o lo que es lo mismo, 4 años, 5 meses y algunos días después, se miran y no se creen que hayan llegado los 2 al otro lado del río, lo consiguieron, desde luego no ha sigo gratis, y el esfuerzo hecho pasará factura, pero se marcaron una meta y la han alcanzado, lo han peleado, como guerreros, y ahora les ha llegado su merecido descanso.
Si me preguntas si ha merecido la pena… supongo que sí, aunque quizá sea pronto para saberlo. Pero en algo estamos de acuerdo los dos, y es en que con esto hemos podido demostrar a nuestros hijos que no hay absolutamente nada que no se pueda conseguir con tesón, sacrificio y esfuerzo. Sólo será cuestión del tiempo que tardes en lograrlo, la única manera es no tirar nunca la toalla.
gema